EL SAGRARIO DE LA PENUMBRA
Relato y Fotografías: MARIO AGUIRRE MONTALDO
JULIO 2023

Estos rincones eran despachos de trabajo, la tarea diaria, la razón de un jornal, la dulzura resistente de la vida obrera, en tiempos en que no había turistas ni visitantes, en días sin gloria, donde la temperatura de la montaña recordaba el aliento helado de un sepulcro.
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R.L., a punto de terminar su jornada, soñaba con volver al camarote 415, uno de los edificios denominados “Las Pajareras”. Soñaba con volver al calor de su hogar, a los brazos de su amada, aunque el Molino era su territorio eternamente atronador, con su aroma ácido y picante, donde parecía transcurrir una vida furiosa pero monótona, pero a la vez secreta y adversa. R.L. pensaba que era una suerte de entrenamiento, donde se rehúye la luz del día, para prepararse para la perpetua oscuridad del final de la vida.
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Entrar a esta casa era como emigrar hacia la noche.
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Un grupo de “pelusitas”, niños sewellinos ávidos de aventuras, se internaron subrepticiamente por un boquete perdido del recinto. Entraron escondidos y en silencio para no ser descubiertos. Uno de ellos, en aquella confusión de pasillos y aposentos, se detuvo en una escala de acero para amarrar su zapato, quedando atrás del grupo y perdiendo a sus amigos de vista. Padeció, entonces, de un temblor fugaz, un miedo cerval como un terror antiguo traído de vidas pasadas. Instaló, como un reflejo, un acto corporal de defensa ante un enemigo imaginario, como un mandato de la especie. En ese momento solo quería volver a la luz, a la nieve, a la plenitud del campamento.
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El ruido aquí podía ser ensordecedor y el compás eterno de la molienda y el agua podían perturbar la conciencia. Pero la compañía cedió a los sindicatos y proveyó a los trabajadores de orejeras especiales que atenuaban el ruido. De este modo, un compás sordo evocaba una banda sonora, una fiesta lejana de letanía invariable y sin pausa, una orquesta muerta que afinaba instrumentos opacos. Era el eterno banquete bailable del Molino, que los trabajadores se llevaron en el tren a Rancagua, un día cualquiera.
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Destinado al Molino, J.P. trabajó tres años aquí. Era oriundo de Doñihue. Saltar del campo a este lugar se le ocurría como internarse en unas catacumbas. A ratos creía ver féretros, cruces, inscripciones en tumbas, anormales esculturas de vírgenes dolientes, mausoleos deformes. Creía ver esfinges, retablos, desnudos cortados. Soñaba con ellos. Pero el tiempo lo sanó, y al final consideraba el Molino como su segunda casa, un nido laboral que llegó a apreciar y que echó de menos cuando lo cambiaron de tarea y se fue a la Maestranza.
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Se dice que algunos obreros que hacían inmersión en este lugar, como los buzos en el mar, debían salir cada cierto tiempo a tomar luz a alguna de las puertas del sitio. Para otros, esto no constituía un confinamiento, sino un paraíso, un festejo laboral, duro y salvaje como un deporte. Obreros que admitían poseer un cuero duro, sin albergar intereses ilusorios ni expectativas sociales, pero que eran capaces de emocionarse ante el abatido, el compañero enfermo, el caído en desgracia, con aquella solidaridad natural del alma del pueblo de aquella época.
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Hoy, aparentemente este lugar en postración se encuentra abandonado. Pero no es así. Atención. Hay un sobreviviente que reina en sus pasajes de insondable profundidad. Resiste al frío y a la humedad. Es una extraña dignidad llegada desde un reino antiguo. Vigila el escenario de los fantasmas obreros, aquellos que controlaban la trituración de las rocas cargadas de cobre mineral. Mora en las sombras, como un espectro, se esconde de los intrusos y de los turistas que osan entrar al Molino. No sonríe ni ve. Solo es el custodio, guardián de la memoria de cientos de hombres que allí dieron lo mejor de su vida.
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Llegado de los campos de Curtiduría, el minero se internó en una galería que le activó el destello de un recuerdo. Se detuvo sin comprender. Lo interpretó como una ensoñación de la infancia, como una escena nocturna de un bosque perdido. Cerró los ojos para intentar reproducir la sensación. Sensación que se fue volando hasta perderse para caer por un agujero, un hundimiento de roca fría, en la negrura genital del interior de la montaña. Un socavón desahuciado, donde ni el brazo de Dios alguno, se atrevería a explorar.
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Bravo Mario!!!!! Lo lograste una vez más, lo lograste con maestría, es una verdadera obra de arte. Gracias por mandarla
Vívido y ameno relato, con luces y sombras de los recuerdos infantiles. Lindas fotografías
Muchos gracias
Emocionante relato, Marito.
Gracias, por compartirlo!!
Abrazos
Gracias Mario. Tu lente revela una luz de sabiduría, a la que le pones palabras, rescatando, en un relato Impresionante; la huella de la belleza, que aún en un lugar oscuro, como el Molino, guarda la luminosidad del Pueblo Obrero de ese entonces.
Y tú, con tu magia de ojo y letra, nos lo ofreces, como un regalo de Sewell
..extraordinario documento artístico cultural, de gran profundidad…sobre el espacio propio del minero en tiempos fuertes….para el Obrero, como mencionas….la foto revela todo…lo que denota la calidad de la expresión artística que dibuja tu relato fotográfico…con precisión y detalle…de un Sewel…que fue…y que es, que te pertenece…luego de bucear tu trabajo…
Gracias nuevamente Mario…un lujo…
Abrazos
Querido Mario
Lindas fotos, para mi un poco tétricas, para Uds un recuerdo eterno
Linda tu descripción del trabajo obrero, muy fuerte, cariños
Muchas gracias por tan notable descripción de lo que se vivió en ese lugar
Gracias Mario. Ampliamente difundido.
Gracias Mario por tu arte fotográfico y poético. Felicitaciones.
Un gran abrazo.
!!Que buen relato¡¡. Me puedo imaginar esa atmósfera de cine de terror de mi infancia. Y pensar que corresponde a una realidad que vivieron tantos seres humanos y que tu, Mario, siempre rescatas para la Memoria de forma magníficamente sensible
Muchas gracias! Fotografías impresionantes para guardar la memoria histórica de la clase obrera.
Rather creepy, I’m afraid¡¡
Muchas gracias Mario .
Un abrazo
Notables relato y fotografías. ¡ Muchas gracias Mario! Lo compartiré. ¡Abrazos!