EL RETRASO

Relato de MARIO AGUIRRE MONTALDO

Me detuvo la señora María de los Ángeles junto a la escala que baja a la estación del ferrocarril. Pensé automáticamente que me preguntaría algo de mis padres pues entendía que eran amigos o al menos conocidos. Sin embargo su discurso me impresionó. “Alvarito, hola hijo, necesito pedirte un favor muy grande, mi marido bajó a Rancagua y mis niños se aterran en la noche con los ruidos en el camarote (1) cuando él no está. ¿Puedes ir a pasar la noche con nosotros?, tengo una pieza para que alojes. Te conozco hace tantos años y conozco a tus papás y sé muy bien que eres un buen chico. No sé a quién más recurrir… ¿podrías?” La petición bastante inesperada de la señora me sorprendió. Permaneció expectante a mi respuesta con su bolso de compra de pan en el brazo. Ella rondaba los 40 años, era grande, y de contextura gruesa y recta. Tenía una mirada dulce y siempre se le veía sonriente y amable. No sabía qué ni cómo responder a su petición. Finalmente, tras un balbuceo, le dije: “Le preguntaré a mi papá”. Conforme, dijo ella, llámame al teléfono de la casa, te lo anoto es el 3345.

Con mis 18 años recientemente cumplidos no podía imaginar lo que iba a acontecer aquella noche, pues todo mi afán era juntarme todos los días con mis amigos sewellinos, antes que el fin de las vacaciones me obligara a dejar Sewell, quizás para siempre. Así fue como llegué a su casa más arriba del Almacén Mina alrededor de las ocho de la tarde. Vivía en uno de esos edificios aparentemente desordenados que por encontrarse muy juntos formaban pasajes que yo percibía como laberínticos y que adquirían una apariencia misteriosa en la penumbra del ocaso y en la oscuridad de la noche. Bajo las escalas de acceso corría el sonido del agua que bajaba por los colectores. En el ambiente todavía se escuchaba amortiguado el rumor eterno del Molino.  Golpeé su puerta. Doña María de los Ángeles estaba dichosa con mi presencia. Me ofreció té y un pan francés con jamón y queso, lo que rechacé porque había comido antes de salir de mi casa, obra infalible de la previsión y el cariño de mi madre. Y ahí estaban los dos niños. Un chico de 9 y una pequeña de 5 años. Y allí, en una reducida estancia que hacía de comedor y de sala de estar, me mostraron todos sus juguetes, incluida una nutrida colección de soldaditos de baquelita, muñecas, pelotas, camiones de lata, un ludo y otro puñado de juguetes más. Dos horas duraron los juegos hasta que la madre llevó a los niños a su dormitorio. Dormirían con ella. Cuando regresó, insistió en ofrecerme algo de comer y acepté aquel sánguche de jamón y queso. Observó que me encontraba algo agotado y con sueño y me condujo a la pieza donde debía dormir. Una pieza pequeña como todas, pero donde cabían dos camas de una plaza, un velador al centro de ellas y un pequeño ropero. Me acosté casi desnudo puesto que había olvidado llevar pijama, aunque mi madre me lo había dejado a mano. Comenzaba a ponerse helado el ambiente, pero por fortuna la cama estaba premunida de una agrupación de frazadas de lana. Como en el velador me esperaban unas revistas Ok y unos Barrabases, me puse a hojearlos. Pasados unos veinte minutos escuché golpear la puerta y voces en el comedor. No me intrigó mayormente pensando que sería una vecina o algo sin importancia. Pero para mi sorpresa, tras un breve silencio, sentí que golpeaban mi puerta y doña María de los Ángeles se asomó: “Alvarito, perdona lindo, surgió un inconveniente. Son más de las 11 de la noche y mi sobrina Sofía que estaba en una fiesta de cumpleaños, no se atreve a bajar hasta su casa en el 202 porque está empezando a caer nieve pluma y se puede caer en las escalas de noche. Va a dormir en la cama del lado en esta pieza. ¿No tienes inconveniente, verdad?

Otra vez me sentí más que sorprendido por las demandas de la señora. Me tapé con las frazadas hasta el cuello y esperé. Entró una chica adolescente que me saludó entre sonriente y avergonzada. Era de una hermosura simple, de ojos chispeantes, delgada y se movía con gracia. Quedamos solos en la pieza. Hicimos las presentaciones de rigor, me reiteró las explicaciones de su presencia allí y comenzó a hacerme mil preguntas. Fue al baño y volvió con un pijama grueso de invierno y zapatillas de lana. En esta segunda entrada a la pieza me pareció casi deslumbrante, linda. Venía ruborizada y su mirada, casi de reojo, me impactó. No entendía muy bien qué me estaba sucediendo y traté de racionalizar la experiencia. El azar de la vida me ponía en una situación única y era normal que me conmoviera estar tan cerca y en tanta intimidad con una chica atractiva. Pensaba que se trataba de una historia que no me creerían mis amigos, quienes se reirían de mí, por “mentiroso”. En fin. Estaba allí viviendo aquello y procuré dejar que los acontecimientos se desenvolvieran y disfrutar de aquella presencia. Ella, incansable conversadora, seguía reclamando información de mi vida y yo contándole mis cosas, lo que me autorizaba –por así decirlo- a mirarla de cuando en cuando para no parecer desatento. Me encontraba tan paralogizado que seguía después de casi una hora con la revista Ok en una mano con el dedo en la página que había abandonado cuando golpearon mi puerta. Al fin, decidimos apagar la única lámpara del velador para proceder a dormir. Apagada la luz me dice: “Estoy temblando de frío”. Yo mantuve silencio en la oscuridad. Por la ventana ingresaba un dejo de luz amarillenta todavía incapaz de iluminar los objetos de la pieza. Al cabo de un momento me dice que no puede con el frío y que se pasará a mi cama “que debe estar calientita”. Así lo hizo, con gran desplante, se metió en mi cama y se apegó a mí. Fue un acto que me estremeció. Sentí que yo temblaba, pero no de frío. Traté de calmarme. Tú también tienes frío, me dijo, e imaginé que sonreía en la oscuridad. Tú me gustas mucho, me dijo, y me besó. De este modo, sin anestesia, se inició lo inevitable. No sabía bien si soñaba. Sin embargo allí estaba su cuerpo tibio y suave que podía tocar, su boca, el peso de sus piernas, su aliento a pasta Esmaltina, en fin. No era un sueño. Era la concreción asombrosa de un sueño fantaseado tantas veces. Hicimos el amor con la complicidad del silencio, no había que despertar a quienes dormían al lado. No metas bulla, me decía y las cosas cobraban cada vez más agitación hasta que me parecía que a ella no le importaba que su tía escuchara.

Eso fue lo que ocurrió. Cuando desperté temprano, ella dormía a mi lado. Me levanté sin hacer ruido, tomé mi ropa y me fui al baño. Doña María de los Ángeles me ofreció desayuno. Pensé que rechazarlo sería descortés y extraño. Acepté. Solo quería salir del lugar que en ese momento me ahogaba un poco. Bajé volando las escaleras hasta llegar a mi casa en el edificio 118, donde me cambié de ropa y salí a la calle, sorprendido porque no había caído ni una pizca de nieve durante la noche. Durante la tarde Sofía llamó al teléfono de mi casa y a pesar de que su voz se sentía dulce y tierna sentí una recriminación velada por haber huido en la mañana. Yo estaba confuso. Repasaba en mi cabeza a cada minuto mi experiencia nocturna y no sabía qué hacer. Ella quería que nos viéramos. Le dije que en dos días yo bajaba a Rancagua en el tren. Decidimos vernos en la Plaza Morgan. Algo en la mirada de Sofía inquietó mi alma, una sutileza, un aire entre indiferente y displicente. No era la Sofía exaltada, impetuosa y febril de la noche. Después de hablar un rato me pidió mi teléfono de Rancagua y mi dirección. Se los di. Nos despedimos con un beso superficial. Quedé confundido. Pensé que me volvería a llamar antes de mi viaje, pensé que iría a la estación a despedirme en el tren, pero nada de ello pasó.

No supe más de ella salvo el recibo de una carta dirigida a mi casa en Rancagua donde me contaba hechos cotidianos y poco interesantes. Carta que todavía conservo. Pero al cabo de varios días recibo un llamado suyo donde me anuncia que tiene un retraso en la menstruación y donde me exhorta a asumir el embarazo. Insinúa que tenemos que casarnos. Quedo impactado, aunque ya temía todo el tiempo que aquello era posible. Le pregunto cuántos días tiene de atraso. Con ese dato consulto con un primo médico, en medio del torbellino anímico que me producía la noticia. Para mi alivio, todo indicaba que habíamos tenido relaciones varios días después pasado el período fértil. Es decir, si efectivamente Sofía estaba embarazada ¡no era mío! Comprendí que todo había sido una celada. Pasar una noche en la casa de la señora, el supuesto miedo de los niños, la supuesta nevada, la llegada de Sofía, todo había sido una mentira para cazar al suscrito y casarlo. Entre las penumbras de la noche y en una tormentosa faceta de mi adolescencia, así fue como se suscitó mi primera práctica sexual.

(1) Camarotes: edificios estructurales de madera de diversos diseños, de tres, cuatro y cinco pisos, con corredores y escalas exteriores, típicos del campamento de Sewell.

ENJAMBRE DE CAMAROTES

DIBUJO: ARIEL “YELO” AGUIRRE.

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8 thoughts on “EL RETRASO

  • 21/06/2022 at 17:23
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    Magnífico relato, Marito…!! Muy García- marquiano.
    Abrazos
    Maria Teresa

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  • 21/06/2022 at 19:06
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    Genial relato Mario… Me hizo pensar en una “Celestina” de comedia made in Chile, aunque los jóvenes protagonistas de tu historia, no obedecen al tipo más trágico de “Calixto y Melibea”…

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  • 21/06/2022 at 19:17
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    ¡Extraordinario! Modestamente pienso que tienes muchas narraciones en el papel y en la mente. Como fotógrafo de la vida creo que también sería muy valiosa una escritura de cuentos que encierren una realidad humana y también de la época de nuestra existencia. ¡¡Felicitaciones!!

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  • 21/06/2022 at 19:18
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    Aborto libre, seguro y gratuito. Esta niña debiera tener derecho a abortar y no engañar a otro joven.

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  • 22/06/2022 at 08:05
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    Muy entretenido…un bálsamo de amanecida …a las puertas de un paro nacional de Codelco..
    Un desconcierto total del momento que estamos viviendo
    Son las 6 de la mañana…
    Gracias Mario
    I

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  • 22/06/2022 at 09:14
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    Pensé que algo iba a pasar con la señora….. Qué buen relato

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  • 22/06/2022 at 11:46
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    Querido Mario . Ricardo Etcheberry te describe muy bien, eres un “Fotografo de la Vida”. Tus imágenes, tus relatos, tus crónicas, que para mi, también son imágenes, revelan lo que se esconde en el alma humana… Tu ojo “psicológico”, tiene la capacidad de entrar en la psique social, y “escuchar”, aquello que no se dice, ni se muestra abiertamente, pero, està… la Sra. María es un ejemplo muy creativo

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